DE SANTIAGO A MENDOZA EN BICICLETA

Desde la comuna de La Florida cruzamos el centro dirigiéndonos hacia el norte, saliendo de Santiago por Colina, siguiendo el camino por la caletera que bordea la Autopista Los Libertadores.

Cuando llegamos al último peaje antes de llegar al túnel Chacabuco, nos acercamos a las personas de la concesionaria que ahí se encontraban para pedir que nos cruzaran en la camioneta, ya que no se permite cruzarlo en bicicleta y no queríamos cruzar por la Cuesta Chacabuco porque queríamos reservar energía y ahorrar tiempo.

Pasamos una buena noche y empezamos el segundo día tarde nuevamente. Nuestra máxima era descansar y disfrutar, con un buen desayuno de avena y leche para enfrentar la desafiante Cuesta Caracoles.

A pesar de que en la ruta hay muchos camiones y por la fecha, autos que se dirigían desde Chile a Argentina a pasar las fiestas patrias, la gran mayoría de ellos fueron muy amistosos con nosotros, dándonos suficiente espacio al pasar cerca de nosotros y animándonos con sus bocinas a continuar.

Con cada vez menos luz seguimos avanzando hasta llegar a la Aduana Chilena. Comimos algo para reponer energías con la esperanza de continuar y cruzar el túnel del Cristo Redentor, pero don xx, trabajador de la Aduana, nos recomendó no seguir de noche porque la visibilidad era muy baja y los camiones excedían fácilmente la velocidad.

Las temperaturas descendían demasiado en la noche a esa altitud y no estábamos seguros de hacer caso a sus recomendaciones, pero no lo dudamos más cuando nos ofreció pasar la noche bajo techo en una pequeña construcción que utilizaban como cuarto de ejercicio, que en ese momento se encontraba en desuso.

A pesar de que durante el día había hecho calor, a las 8 de la noche la temperatura ya era baja y el viento que corría helaba aún más el cuerpo, así que fue reconfortante pasar la noche resguardados.

En este tramo nos sentimos maravillados al divisar el último cobertizo desde la aduana, el cual era el más extenso de todos. Podíamos ver donde comenzaba, pero no donde terminaba, todo esto rodeado de una imponente cordillera y mucha nieve.

Después de los mareos y las náuseas, debido a la altitud, llegamos al último túnel de Chile, por el cual tampoco está permitido cruzar a peatones o ciclistas, así que hablamos con la concesionaria para que nos cruzara hasta Argentina.

Los kilómetros más largos fueron acá, viento en contra, paisaje monótono, muy hermoso, pero totalmente distinto a la verdosa y colorida cordillera chilena, además de solitaria, no vimos más que autos y camiones, además se nos cayó una colchoneta mal amarradao y una GoPro en distintos lugares, largas filas en el control aduanero argentino, etc.

Finalmente después de 100 kms, llegamos a las 22:00 al pueblo de Uspallata, lo que a ratos se hacía inalcanzable. Pedaleamos varios kilómetros con absoluta oscuridad, exhaustos con sueño y con bastante frío.

Lo primero que hicimos fue buscar un lugar donde comer, un poco confundidos con el cambio de moneda nos dimos un festín con un plato de lasaña y otro de lentejas y vino, con mucho pesar tuvimos que dejar el calor y la comodidad del local para buscar donde acampar, porque ya eran casi las 12 de la noche y hacía mucho frío. Ubicamos un camping municipal con baño, ducha, electricidad y agua potable para descansar.

Luego de una ducha reponedora y un desayuno a tono pasamos a comprar algunas cosas en los negocios locales, encontrándonos con una pareja de chilenos que estaba haciendo el mismo trayecto que nosotros en moto, luego de conversar sobre nuestro plan con ellos aplicamos plato grande y piñón pequeño para rodar por la RN 7!

Teníamos pensado acampar en el mismo dique, pero había advertencias de prohibición de carpas en él, así que decidimos avanzar unos cuantos kilómetros más, desviándonos de la ruta principal RN7 para visitar y dormir en un pueblo llamado Cacheuta.

Cacheuta es una zona muy turística y pequeña, pero con lo necesario para pasar un día de relajo, buscamos lugares para acampar, pero por lo que ofrecían encontramos que seria muy costoso para lo que estaríamos ahí, buscando y buscando algún sitio de acampada libre hablamos con un funcionario de la policía local para ver la posibilidad de tirar carpa detrás del cuartel donde accedió sin problemas, un sujeto muy amable nos pareció por su hospitalidad y buena onda.

Inmediatamente después fuimos a buscar donde comer algo, que fue lo primero que deberíamos haber hecho, porque el hambre ya estaba jugándonos en contra, encontrándonos con unas ricas cervezas artesanales y pasteles del lugar.

Después de estar un par de horas sumergidos en el agua caliente y con el cuerpo relajado, compramos algunas cosas para comer en la ruta y emprendimos el viaje nuevamente. El camino desde aquí fue mucho más divertido, el paisaje era más colorido y al fin podíamos ver a los habitantes de la localidad, además nos encontramos con varios ciclistas entrenando.

Fueron 47 km que se hicieron muy cortos, cuando vimos el primer cartel que decía Mendoza, supimos que ya no quedaba nada para llegar a la meta. Avanzando por la Avenida San Martín buscamos donde poder dormir, escogiendo un hostal cercano al barrio Arístides. Ya solo nos quedaba descansar y recorrer.